Un sendero de la posmodernidad y una idea de infierno

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura.
Borges. La casa de Asterión.
El laberinto es el territorio de los condenados, el imperio del Minotauro, Dante en el Canto XII describe así el séptimo circulo: “Era lo loco, ov’a scender la riva / venimmo, alpestro e, per quel ch’iv’er’anco, / tal, ch’ogni vista ne sarebbe schiva […] e ‘n su la punta de la rotta lacca / l’infamia di Creti era distesa, / che fu concetta en la falsa vacca” [Era alpestre el lugar adonde llegamos por la ribera abajo, y, a causa de aquel que lo habitaba […] Y sobre el borde de la sima abierta estaba tendido el que es infamia de Creta y fue concebido por una falsa vaca] (Dante Alighieri, 1994, pp. 74, 1–15).
Es el lugar de los invadidos por la violencia, y esa es la definición que Borges manifiesta en Una vindicación de la Cábala: “El infierno es una mera violencia física” (Borges, 2011, p. 388). Para Borges, es el infierno el único asunto teológico que realmente tiene “fascinación y poder” (2011, p. 410); y entre sus vindicaciones no podríamos entonces dejar pasar La casa de Asterión como una de ellas, a través de sus puertas que siempre están abiertas, se intentará cruzar por el sendero de nuestra época, de nuestro instante en el tiempo, es la casa infinita por la que transita, corre, recorre y se pierde nuestra cultura y nuestros legados.
Las puertas de su casa siempre están abiertas, para que ingresen hombres y animales, o todas las formas del ser, al estar frente a ellas no se pierde la esperanza, no son las puertas de la ciudad doliente, lasciate ogni speranza, voi ch’ entrate1, ni el universo sin posibilidades, es el sitio donde cualquier lugar es otro lugar, donde todas las partes de la casa están muchas veces; para Asterión, es el infinito de lo posible y de todos los sonidos, de todas las esperanzas, aquí se escuchan todos los lamentos, y todas voces interiores, “si mis oídos alcanzaran todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos” (2011, p. 1021).
Asterión es el reflejo del universo de las posibilidades; su casa infinita que es el laberinto, posee los mismos límites de todos los lugares, su universo es el universo sin tiempo, es eternamente contemporáneo a todos los seres humanos. Asterión así como el infierno, prevalecen en la cultura universal, en el imaginario de todos los tiempos y lugares, no podríamos referenciar ni afirmar de ellos el lugar o tiempo al que pertenecen, en palabras de Cruz Kronfly, su significado sigue siendo referente simbólico y cultural, en sí “puede ser hoy perfectamente contemporáneo y actual” (Cruz Kronfly, 1998, p. 14).
Asterión parece jugar por los mismos pasillos y calles por las que transitan los pesares de los personajes de Donoso(El lugar sin límites) y de Puig (El beso de la mujer araña), y a la vez Asterión es La Manuela, y también es Molina. La condena del minotauro es un ejercicio de poder y dominación, se le contiene y aleja del mundo, su aislamiento es salvaguarda donde la diferencia es castigada y no tiene cabida. Pero en realidad es el portal a un universo de nuevas formas de libertad, el aparente encierro es el escenario liberador del individuo, en realidad en el exterior de los muros y los limites impuestos es el territorio infernal sin esperanza. Y desde el interior, desde la intimidad se desprenden las diferentes e infinitas posibilidades de liberación, para Molina y La Manuela, están en el campo de las artes.
Molina se libera del mundo mediante el narrar las películas que más aprecia; le cuenta a su compañero de celda las historias que cree pueden reconfortarle y alejarle de sus temores, la celda y las imágenes creadas al narrar las historias, crean un nuevo universo alejado del infernal mundo exterior, la celda se hace así símbolo de libertad, se desdibujan entonces los limites de lo que significa el encierro, es un debilitamiento de la estructura de control, bien pueden encerrar el cuerpo, pero no igual a quien lo habita.
Molina a su vez, deja para sí las mejores historias, son su tesoro, el portal que al cruzar le permite abandonar la estructura rígida del control y del castigo, que le permite proteger y encontrarse con aquello que sólo él logra entender, es el refugió del yo, en este universo apartado de las leyes del mundo físico, se expresa con toda la pasión que le merece su ser, se deja para sí sólo lo mejor, ni siquiera comparte estos momentos con su compañero de celda, así piensa Molina: “no le voy a contar más ninguna película de las que más me gustan, ésas son para mi solo, en mi recuerdo, que no me las toquen con palabras sucias” (Puig, 2005, p. 108). Las películas son el medio para expresar lo que el mundo reprime, en ellas se identifica, entre sus imágenes se desdibuja el orden establecido, en su refugio esta bien enamorarse de aquel hombre menor, como lo esta, explorar su total hedonismo, aquí la moral se ha transformado, es el estadio de la cultura posmoralista, donde “se restablece un orden de los sentidos que ya no pasa por la represión y la idealización de los valores” (Lipovetsky, 1994, p. 48).
El infierno hace ya tiempo que abrió sus puertas y esta en todas partes, ha debilitado el centro de atención del mundo moderno, le ha arrebatado a la historia su poder, la verdad ahora esta en todas partes, parece que el mundo en realidad es un lugar sin límites, ahora la verdadera preocupación es donde esconderse, en que forma encontrar refugio, La Manuela ha encontrado asilo en los pliegues de un vestido, acompañado de sus tacones y de un microcosmos hecho baile, gira “en el centro de la pista, levantando una polvareda con su cola dorada. En el momento mismo en que la música se detuvo, arranco la flor que llevaba detrás de la oreja” (Donoso, 2005, p. 167), es ese momento, al igual que el de Molina, el universo de las posibilidades; allí la felicidad existe, no importa que duela el recuerdo de su padre castigándole por probarse las prendas de su madre; el vestirse de bailarina española y entregarse al arte, hace parte de su refugio.
Es el universo alejado de todas las formas de traición, aquellas que recorren el mundo. Según Baudrillar “sólo sabemos entonar el discurso de los derechos del hombre –valor piadoso, débil, inútil, hipócrita–, que se sustenta en una creencia iluminista en la atracción natural del bien, en una idealidad de las relaciones humanas” (Baudrillard, 1995, p. 95), un bienestar cargado de reproche y traición, solo queda encontrar la forma de una expresión libre, es el encuentro consigo mismo, es el mismo gratificante juego de Asterión: “A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión” (Borges, 2011, p. 1020).
Asterión y su otro, con quien decostruye el fuerte ideal de la soledad y el castigo, sigue el mismo sendero que los personajes de Donoso y Puig, estos se diluyen en la creación de si mismos, se sumergen y refugian en íconos del espectáculo, y al mismo tiempo intentan mantener la esencia que los caracteriza, es la aniquilación de la individualidad; en palabras de Baudrillard nos referimos al melodrama de la diferencia: “la alteridad como todo lo demás, ha caído bajo la ley del mercado, de la oferta y la demanda. Se ha convertido en un producto escaso” (Baudrillard, 1995, p. 134).
Tanto el cine de Molina como el baile de La Manuela son expresiones artísticas hechas para las masas; los personajes diluidos deconstruyen los pilares del mundo espectacular, es, en palabras de Sloterdijk «poner en marcha la indiferencia como primer y único principio de la masa» “allí donde la masa y su principio de indiferencia constituyen el punto de partida, se bloquea la moderna aspiración al reconocimiento de uno mismo” (Sloterdijk, 2002, p. 92), bajo esta condición el reconocimiento ha dejado verse como una dignidad superior o inferior, es la democratización de la identidad, es la uniformidad global de la misma; se toma el referente socialmente aceptado y se neutraliza, el reconocimiento toma nuevas formas, se destruye entonces en igual sentido los contextos históricos.
Si para Vattimo se habla de “posmoderno porque consideramos que, en algún aspecto suyo esencial, la modernidad ha concluido” (Vattimo, 1994, p. 121). Guy Debord lo hace visible, al pensar una sociedad del espectáculo, pues el espectáculo cuya «función es hacer olvidar la historia mediante la cultura», ha logrado mostrar cómo los especialistas del poder espectacular, “están absolutamente corrompidos por su experiencia del desprecio y del triunfo del desprecio, pues encuentran la confirmación de su desprecio en el conocimiento de ese hombre despreciable que es el espectador” (Debord, 2002, p. 160); el que mira con igual indiferencia lo real de lo dramatizado, para el espectador todo es espectáculo, no existe lo que esta por fuera de este discurso, en el que todo parece estar infernalmente expuesto, no hay espacio a la verdadera intimidad, solo queda el refugio de hacerse así mismo prisionero.
La prisión es el lugar en el que se libera totalmente el yo, Molina la ve como una isla; en ella se encuentran a salvo, su reflexión es contundente: “porque, si, fuera de la celda están nuestros opresores, pero adentro no. Aquí nadie oprime a nadie. Lo único que hay, de perturbador […] es que alguien me quiere tratar bien, sin pedir nada a cambio” (Puig, 2005, p. 196). Ya no es posible pensar que las estructuras de control social, sean lo suficientemente fuertes como para que a través del miedo, se pretenda ejercer un cambio en el comportamiento, los seres humanos han logrado en nuestro tiempo, diluir esas estructuras solidas e inflexibles, desde el poder dado al yo, ha logrado crear paraísos impenetrables que por su misma existencia, ha debilitado todas las formas tradicionales y sólidas del mundo moderno y premoderno.
La Manuela a pesar de saber el riesgo en el que se encuentra, confía su destino a su habilidad artística; ha logrado llegar más allá de los limites del polvoriento pueblo en el que ha pasado sus últimos años, su vida es el reflejo de un ser deambulante entre los excesos y los prostíbulos, conjura con su baile todo peligro: “voy a ir a bailar para que todo sea alegre como debe ser y no triste como tu. […] Avanza a través del patio entallándose el vestido […] y avanza hasta la luz y antes de entrar escucha oculta detrás de la puerta, mientras se persigna como las grandes artistas antes de salir a la luz” (Donoso, 2005, p. 193).
Pero ni la isla protectora de Molina, ni la danza escapista de La Manuela logran evadir la traición de nuestros tiempos, su destino esta marcado con un final lleno de sufrimiento, dolor y fatalidad, ni siquiera el refugio interior ha sido suficiente para evadirla, es el destino de los condenados, es el triunfo de la pulsión de muerte, la sangre brotara de su interior para lavar sus penas y culpas en la tierra, su partida no podría más que deconstruir el sentido de la muerte, son en si, actos de redención, los mismos que espera con devoción Asterión, desea un lugar con menos galerías y puertas, deja espacio a todas las posibilidades de su redentor, se pregunta si será un toro o un hombre, o un toro con cara de hombre, se pregunta si será como él. Sabe que la redención no es referente de salvación, no existe forma ni lugar en el cual refugiarse, es el debilitamiento y la aniquilación del yo.
Las palabras proféticas de quienes han quedado atrapados en el laberinto, le indican a Asterión que no necesariamente todo tiene un final o un límite, para considerar el pasar de los tiempos, para darles otra forma e interpretación, para darles un nombre; no es el evento el que parte la historia, es el conjunto de sus acontecimientos. Pensar en ello ahora, es la posibilidad de transformarse libre de las barreras del tiempo y del espacio, alrededor del minotauro quedan los cuerpos de hombres tendidos y ensangrentados en el suelo de las galerías, ignora quiénes son, pero sabe “que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo” (Borges, 2011, p. 1021).
Esta es la deconstrucción de la condenación impuesta por el mundo exterior, es el debilitamiento del imperio creado y alentado por los órganos de control y poder. De ese mundo lleno de traición como el último circulo del infierno de Dante, que en nuestros días es el paraíso del consumo, donde el poder de la comunicación universal e instantánea hace de la sociedad «alérgica de si misma» según Baudrillar “el cuerpo llega a volverse alérgico de su sombra. Todo el espectro de la alteridad negada resucita como proceso autodestructor. Eso también es la transparencia del mal” (Baudrillard, 1995, p. 132).
No puede dejar de verse en el recorrido de Asterión el mismo sendero de Molina y de La Manuela, el laberinto liberador hecho celda de una prisión, y al mismo tiempo el polvoroso pueblo rodeado de viñedos del que no se puede escapar, allí donde se refugia la diferencia.
Un minotauro a quien le aterra las caras planas de los seres humanos, es el mismo a quien le gustan los hombres jóvenes y quien disfruta de las ropas femeninas. Es el mismo Asterión que debilita su condena y la hace juego, la convierte en su escapatoria, el mismo juego hecho cine y baile. Es la misma muerte que los libera, es la misma redención.
Todos somos Asterión, en cierta forma estamos llenos de soberbia, ¿cómo no poder acusar a la condición humana de nuestros días con el termino de misantropía y tal vez de locura? Después del tiempo y triunfo del humanismo, nuestros días están dados en función de la aniquilación absoluta del ser humano, sus formas han pasado por el exterminio y el asesinato categoríal, hemos logrado eliminar la vida de centenares de miles en un segundo, desde entonces, el miedo recorre las calles de todas las ciudades, de todos los rincones.
Por primera vez nuestra sociedad se ha inclinado a ser direccionada por un principio alejado de toda condición moral, es el Consumo quien determina nuestros destinos, según Baudrillard, sólo queda pensar en que: “Dios ha muerto, Marx ha muerto, el hombre ha muerto, la economía ha muerto, sólo prevalece el caos de las apariencias” (Baudrillard, 2009, p. L). Así la cultura también se convierte en objeto de consumo, y a su vez se vuelve sustituible por otros objetos, es la aniquilación y cosificación del proyecto ilustrado. Es la muerte del humanismo y la apertura de las puertas del infierno.
No puede ser más que misantropía, pensar en los desarrollos científico y tecnológicos de nuestros días, que después de la revolución industrial se han dedicado al mundo de la abundancia, que con la más despreciable mirada, evade observar cómo se produce más alimento del que se puede consumir, y sin embargo, existen miles de seres humanos muriendo de hambre.
La condición de nuestro tiempo, ha diluido los limites de las normas y de todo tipo de moral, también ha convertido en borrosa la frontera de los limites de la naturaleza y de la realidad, como lo manifiesta Baudrillar “la realidad ha pasado a ser la presa de la realidad virtual […] sin duda, el último predador y depredador de la realidad, segregado por ella misma como una suerte de agente viral y autodestructivo” (Baudrillard, 2008, p. 21), el miedo por el otro, por el reflejo, se ha mimetizado en nuestro cotidiano, lo virtual es nuestro doble idéntico, es el perfecto espejismo, el sueño le da paso al idealismo absoluto, todo lo imaginado es posible, el mundo de las ideas se ha sustituido por la realidad virtual, es el fin de la ilusión y por ende de la filosofía.
Es el fin de la comunicación “emisor y receptor se confunden […] todos son emisores, todos son receptores. Cada sujeto interactúa con sigo mismo, condenado a expresarse sin tener ya tiempo para escuchar al otro” (2008, p. 103). Es el fin de la alteridad, se es único como lo afirma Asterión: “El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda transmitir a otros hombres” (Borges, 2011, p. 1021); estamos ante el universo del hedonismo y del falso hedonismo, las posibilidades son incontables e inmedibles, lo que se desee no hace parte ya de los imposibles, en sí, porque tampoco importa los deseos de los demás ni los propios, al final nuestros deseos tampoco son nuestros.
Para muchos simplemente estamos ante fenómenos extremos de la modernidad, esto por pensarse en función de la historia y el tiempo, quizás no se han percatado que el tiempo de los humanos es diferente a los eónes de la tierra, y que el tiempo de las infinitas posibilidades esta por fuera de toda medición. Hay quienes le atribuyen nombre a nuestro tiempo, que como ya se ha denotado difiere de otra época, quizá la imposibilidad de ver la condición posmoderna esta supeditada a ser reconocida no como actual, sino como un objeto de estudio; quizás sea reconocida, cuando le de paso a otra era.
No podría negar después de estas reflexiones, la existencia de una época diferente con sus propias condiciones y características, es la erá en la que habitamos, la que diluye las fronteras de todo límite previo, debilita toda estructura de la cultura, no podría asegurar que es nueva, pero si diferente, así como el laberinto donde todo se repite infinitamente, aunque no siempre igual, esta en el medio de las dos cosas que nunca se repiten, “dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión” (Borges, 2011, p. 1021).
Jimmy Efraín Morales Roa (junio – 2015)
Bibliografía
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Borges, J. L. (2011). Obras completas: edición crítica (1a ed. comentada, ed. crítica / anotada por Rolando Costa Picazo e Irma Zangara, Vol. 1). Buenos Aires: Emecé.
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