Leer y escribir una nación. El Periquillo Sarniento, anclado irremediablemente a la tradición

A comienzos del siglo XIX tanto en América como en España, la creación literaria del Siglo de Oro se ven en declive; las nuevas formas narrativas son contrarias a las buenas costumbres y a la moral pública, la difusión de las ideas pertenece a una clase dominante relacionada con una, por así decirlo, alta cultura –sin entrar claro esta, en los presupuestos de los estudios culturales–. Sin embargo en la sociedad de las américas existen otras preocupaciones que reclaman ser escuchadas.
José Joaquín Fernández de Lizardi, en México, ha trabajado en varias publicaciones periodísticas, se plantea una forma en prosa que permita relacionar: la sátira, ya trabajada en el contexto de la picaresca, con otros textos de tipo moralizante; se hace entonces, a una didáctica que pretende sentar la semilla de una nueva nación. En sí, podría pensarse de Fernández de Lizardi, como el tipo ideal de liberal mexicano: “simultáneamente antimilitarista y anticlerical, […] que se oponía a los monopolios hereditarios, […] despreciaba los vínculos de vasallaje y buscaba hacer universal la condición de independencia personal. Para él, la autoridad legítima se basaba en el consentimiento popular” (Jaksic & Posada Carbó, 2011, p. 122).
En el contexto de la época se aprecia el sentimiento independentista de las américas; manifestaciones en buena medida clandestinas, que ante la persecución de una monarquía lejana y un iglesia inquisitoria que representaba el papel de máximo censor, intentaba encontrar eco, en un Grito de Dolores, en el imaginario de nación, lanzado entre los discursos novelescos y los escritos de prensa. Fernández de Lizardi defendería no sólo el derecho a expresarse, a una política de elección y el derecho a ser libre, sino también el aparente derecho a la rebelión, a la Desobediencia Civil.
En el primer tomo de su novela, El Periquillo Sarniento (1816), nace y se recrea en el imaginario nacional de la construcción de una nación. Si bien como lo expresa Carmen Ruiz Barrionuevo, en su introducción a la obra de Fernández de Lizardi, da comienzo a la tradición narrativa mexicana y se constituye como la primera novela hispanoamericana con la intención de retratar la clase media de su época (Fernández de Lizardi, 1997, p. 34), que se encuentra convulsionada desde 1810 cuando el sacerdote Miguel Hidalgo y Castilla, –llamado también, El cura Hidalgo– inicia la rebelión en la Nueva España el 16 de agosto, conocida como el “Grito de Dolores”. Poco después la inquisición le acusaría de “Libertino, sedicioso cismático, hereje formal, judaizante, luterano calvinista, sospechoso de ateísmo y materialismo”, cargos por los cuales fue condenado a muerte (Walker, 2001, p. 499).
Fernández de Lizardi de forma picara, convierte al Periquillo en vocero y reclamante en alguna forma a la persecución a Hidalgo, aunque no evidencia verdadera simpatía por él, al contrario, se burla al recordar su infancia; la conecta con las tradiciones que podrían ser igualmente condenadas por la inquisición, así recuerda y relata su preparación para el bautizo: “sacaron de un canastito […] manitas de azabache, el ojo de venado, colmillo de caimán y otras baratijas, […] estas reliquias del supersticioso paganismo el mismo día que se había señalado para […] profesar la fe y la santa religión de Jesucristo” (Fernández de Lizardi, 1997, p. 107).
El Periquillo nace y crece en una época moderna, en la que se cuestionan la doctrina y el papel de los individuos. Su mirada hacia la educación en los primeros años, se vuelca hacia las acciones de los padres, a quienes les denomina como “indolentes en la educación de la familia”. Su misión es criticar de forma activa a la institución familiar, no le parece concebible que la educación de los futuros ciudadanos, los que guiarán los destinos de la naciente nación, sean abandonados “en los brazos alquilados de cualquier india, negra o blanca, sana o enferma de buenas o depravadas costumbres” (1997, p. 110).
Fernández de Lizardi se convierte en el Periquillo. Aprovecha los recursos que le ofrece el género de la novela para contar la historia de su gente; trae del pasado las costumbres y los motivos por los cuales considera que su sociedad posee los comportamientos que le caracterizan.
Le habla a la futura nación, para que no sigan perpetuando los vicios de la cultura dominante, hace una llamado al reconocimiento de un pueblo multiétnico, que serán los pilares de una futura sociedad independiente y liberal; aunque en realidad, no resuelve el conflicto entre la élite criolla a la cual pertenece, muestra de ello es su postura excluyente a los indígenas y a los esclavos negros, con su discurso simplemente logra mostrar su mundo natural y su representación en la sociedad.
Busca mediante la lectura de su novela: la transformación social, un cambio en el pensamiento, un ser humano diferente; explicado en palabras de Eagleton: “Sólo puede ser buen lector quien ya es –de antemano– liberal: el acto de leer produce un tipo de sujeto humano. […] Mas que reconvertir al lector lo transforma en un sujeto mucho más liberal” (Eagleton, 1998, p. 101). Y en el contexto de las revoluciones latinoamericanas del siglo XIX, si el pensamiento liberal no estuviese presente, la historia de nuestra América sería otra. Leslie Bethell en su tercer volumen de la Historia de América Latina lo confirma: “México y el resto de las naciones hispanoamericanas fueron críticamente influidas por el ambiente político e ideológico de la Europa de la Restauración […] el principio era la defensa de la libertad individual contra las invasiones de la autoridad arbitraria” (Jaksic & Posada Carbó, 2011, p. 123).
Esto por su puesto, no podría para la época ser al extremo subversivo y motivo de la mayor persecución, carecía de la posibilidad de ser expresado libremente y aún más, de ser publicado en los periódicos de la época. Ya para entonces Fernández de Lizardi había sufrido la censura y clausura de los suyos, motivo por el cual hábilmente en su novela no habla de temas que favorezcan el pensamiento de la liberación de España, sino que se expresa en términos del reino de la Nueva España, como parte integral de la nación española, sin desconocer entonces la autoridad del rey.
Así que la novela parece ser el entorno perfecto para llevar el mensaje de la restauración, que denota unos valores universales ideales, algo que para algunos sectores podría interpretarse como revolucionario, excusa entonces sus intenciones en forma de ficción.
En el prólogo, dedicatoria y advertencia a los lectores, que en primera instancia son sus censores, pide que no se le juzgue por lo que retrata en la obra, pide según sus palabras que “hagan cuenta en horabuena que no ha pasado nada de cuanto digo y que todo es ficción de mi fantasía” (Fernández de Lizardi, 1997, p. 96). Los personajes históricos y de ficción utilizan modos de lectura y estrategias interpretativas para entender sus mundos. Según Todorov “los géneros literarios no son otra cosa que una determinada elección entre otras posibles del discurso, convertida en una convención por una determinada sociedad […], ‘la ficción’ no es construida de manera diferente a la ‘realidad’” (Todorov, 1996, pp. 22, 80)
Posiblemente para Fernández de Lizardi, existen unas constantes preguntas: ¿cómo se construye una nación? Y ¿cuál es la función del concepto de civilización? Más aún cuando en su visión de civilización y cultura, es producto de la colonización, pero siendo él perteneciente a una élite criolla. Para Norbert Elias “en el concepto de cultura se refleja la conciencia de si misma que tiene una nación que ha de preguntarse siempre «¿En que consiste en realidad nuestra peculiaridad?»”(Elias, 2010, p. 85). El Periquillo recuerda que la forma en que se moldea una sociedad esta ligada inalienablemente a sus instituciones, de esta forma, constituye su relato en abordarlas y hacerlas evidentes en la participación y responsabilidad que tienen en la construcción de esa peculiaridad.
El Periquillo escribe para quienes forjarán la futura nación, los considera sus hijos y hereda el mensaje como legado, es claro en definir a quien escribe sus letras: “no escribo para todos, sino sólo para mis hijos, que son los que más me interesan y a quienes tengo obligación de enseñar” (Fernández de Lizardi, 1997, p. 97).
De la institución de la familia salta a la escuela, con la que es mínimamente condescendiente, ya que en ningún momento hace algún llamado a la democratización de la educación, pero si reprocha la forma en que es impartida a quienes tienen acceso a ella. Es conocido que la educación durante y después del período colonial, estuvo a cargo del clero, Fernández de Lizardi sabe de su importancia, las ideas y la identidad de una nación se forman en el acto de educar, es la transmisión de quien se es.
El legado cultural, es enseñado por el oficio de un maestro, a esta actividad El Periquillo la define como “un ejercicio tan noble y recomendable por si mismo; pues el enseñar y dirigir la juventud es un cargo de muy alta dignidad” (1997, p. 117). Por ende, emplea la anécdota de la ortografía de su maestro en la escuela, en que la imagen de la Concepción de María se ve transformada simplemente por el acto de cambiar la puntuación. Se entiende entonces la importancia que tiene el significado y las palabras, Saussure lo expresaría como que “la diferencia resultante tenderá a hacerse significativa, […] toda diferencia ideal percibida por el espíritu tiende a expresarse con significantes distintos, y dos ideas que el espíritu deja de distinguir tienden a confundirse en el mismo significante” (Saussure, 2005, p. 224). Más allá de la anécdota, El Periquillo pide a sus hijos no descuidar lo que realmente significan sus letras y, las letras, que su sociedad esta empeñada en entregarles, así como las mismas que estos, están obligados a escribir.
Ya en su tercera escuela, El Periquillo es totalmente consciente de lo que representa la educación de su época: un acto de absoluto control social. En su encuentro con su nuevo maestro, éste le advierte sobre los castigos de su nueva escuela:
El azote, hijo mío, se inventó para castigar afrentando al racional, y para avivar la pereza del bruto que carece de razón; pero no para el niño decente y de vergüenza que sabe lo que le importa hacer, y lo que nunca debe ejecutar, no amedrentado por el rigor del castigo, sino obligado por la persuasión de la doctrina y el convencimiento de su propio interés. (Fernández de Lizardi, 1997, p. 134)
Su nuevo profesor le hace dócil de pensamiento y de acción, entiende que la ejemplarización es fundamental para transmitir las ideas, le hace ver a sus hijos que cuando ellos tengan los suyos, deben procurarles las mejores imágenes posibles: “Así que cuando tengáis hijos, cuidad no sólo de instruirlos con los consejos, sino de animarlos con los buenos ejemplos. […] de modo que jamás vean el mal, aunque lo cometáis alguna vez por vuestra miseria” (1997, pp. 137, 138).
Y en relación con las miserias que durante siglos se han evidenciado en los territorios de nuestra América, tal vez una de las que mayor representación posee, es la de los oficios. Por tradición estos se han dado para quienes no han nacido en familias prestantes; nada más miserable que pertenecer a una de estas familias con un apellido de tradición heráldica, y a su vez, tener que dedicarse a algún tipo de oficio para sobrevivir. Esta es una de las discusiones que plantea Fernández de Lizardi. Por un lado el contexto femenino, encarnado en la madre del Periquillo, que sin duda representa la tradición traída del vasallaje español, y de sus costumbres coloniales; y otra masculina, la del padre, quien representa el pensamiento moderno y de la construcción de una nación, para la que se debe aportar no sólo con las ideas, también con la fuerza del trabajo.
No señor replicaba mi madre toda electrizada; si usted quiere dar a Pedro algún oficio mecánico atropellando con su nacimiento, yo no, pues aunque pobre me acuerdo que por mis venas y por las de mi hijo corre la ilustre sangre de los Ponces, Tlagles, Pintos, Velascos, Zumalacárranguis y Bundiburis. (1997, p. 140)
Sin duda a la hora de pensar en las actividades relacionada con el trabajo, evadirlas era la habilidad del abolengo, porque en el pensamiento de la época, los apellidos seguían representado un grado de alcurnia diferenciador, el cual es debatido contundentemente por el padre del Periquillo, que pregunta por la validez de dicha tradición: “¿qué tiene que ver la sangre ilustre […] con que tu hijo aprenda un oficio para que se mantenga honradamente, puesto que no tiene ningún vínculo que afiance su subsistencia?” (1997, p. 140). Podría relacionarse la pregunta, con la subsistencia de los pueblos que buscan su independencia; son esas naciones que al cortar los lazos que les unen como territorios coloniales, se verán innegablemente obligados a garantizar su permanencia como nación libre por vía del trabajo de su pueblo, aunque el verdadero trabajo y sustento de la nación este designado a las actividades realizadas por la población indígena y negra esclava.
En los estudios de bachiller El Periquillo muestra las preocupaciones intelectuales de su época, claramente no le interesan las filosóficas ni las relacionadas con las ciencias físicas y las matemáticas, en sí, esta claramente enfocado en demostrar cómo los que se dicen sabios, son sólo una forma más del modelo de charlatán, así de manera textual El Periquillo cita a Johan Burkhard Mencke en su libro Declamaciones contra la charlatanería de los eruditos. “Es verdad, […] que no se oyen ya en nuestras escuelas estas cuestiones con la frecuencia de los tiempos pasados […] que bastan para detener los progresos de la verdadera sabiduría” (1997, p. 164). Una forma más de ver a la institución educativa en su verdadera forma y alcance, como perpetuadoras de un arquetipo de sociedad, para efectos de Fernandez de Lizardi, una sociedad atada a la tradición.
Si bien existe el interés de escribir para una futura nación, esta no debe alejarse de sus preceptos cristianos, no sólo la sociedad criolla como la indígena y los esclavos negros conviven en medio de la moral y costumbres cristianas, ir en contra de ello, es desconocer la esencia de su pueblo. “Las criaturas reconocen su punto céntrico en el Criador; por manera que los impíos ateístas que niegan la existencia de un Dios criador y conservador del universo, proceden contra el testimonio común de las naciones” (1997, p. 187). El Periquillo, por un lado, promueve el ideal del buen hombre y del ciudadano como base del individualismo burgués y de la nación liberal y por otro la impronta de un buen cristiano sumiso al deber y a la creencia.
En relación con el trabajo, el padre del Periquillo define claramente cuales son las profesiones que requiere la nueva nación, las que dan honor como las letras, la teología y las leyes y, las que son útiles para los seculares como la medicina y la abogacía. Estas ante todo son “las ciencias más oportunas para subsistir en nuestra patria, […] otras no te las aconsejo; porque son estériles en este reino” (1997, p. 212), se refiere a las física, la astronomía, la química, la botánica y en general a todas las ciencias de la naturaleza. –Pensamiento que incluso llega a nuestros días, y mal que invade a nuestra América, una de las causas quizá, de la pobreza y el subdesarrollo de nuestro pueblo en el siglo XX–.
El Periquillo es en sí un pícaro holgazán, que hace todo lo posible para evitar el trabajo físico, posiblemente influenciado por los caprichos maternos, no logra ni servir de clérigo, ni tomar el hábito de religioso, como tampoco de reclutarse en la milicia. Es en si, con sus aventuras el reflejo de un basto pueblo que en cierta medida se ve identificado, ve en él, las angustias por sobrevivir y las dificultades para garantizar el bienestar, saben de las necesidades y se aferran al deseo del cambio instantáneo, como si de una lotería se tratase.
Según Fernando Unzueta El Periquillo y las novelas del siglo comparten la ideas alrededor de las costumbres. “Los mexicanos pintados por ellos mismos […] donde un vasto muestrario de tipos sociales, de diferente bagaje étnico, económico y geográfico se ubican uno al lado del otro, compartiendo su nacionalidad a pesar de sus diferencias (Maíz Suárez, 2007, p. 97). Las diferencias no existen si se tienen las mismas dificultades.
El legado más importante del Periquillo se da en el contexto de la muerte de su padre. En carta que este le deja, se trazan las máximas morales que debería seguir su hijo, es en sí, los principios morales que la nueva nación debería reflejar, una mezcla como ya se ha dicho de elementos morales, sociales y económicos. De este luto pasa a criticar las tradiciones de los funerales, del mayorazgo, y en general a las costumbres heredadas de la edad media, que compara con la tradición clásica, de esta forma conecta más con posibles elementos románticos que de la picaresca en sí.
Todos, a la verdad, criticamos, afeamos y ridiculizamos los abusos de las naciones extranjeras, al mismo tiempo que o no conocemos los nuestros, o si los conocemos, no nos atrevemos a desprendernos de ellos, venerándolos y conservándolos por respeto a nuestros mayores que así los dejaron establecidos. Tales son los abusos que hasta hoy se notan en orden a los pésames, funerales y lutos. (Fernández de Lizardi, 1997, p. 277)
Pero a lo largo de este primer tomo de la novela, se muestran elementos que dan a entender la transición de la letras hispanoamericanas, de la picaresca mediada por ricos entornos costumbristas, a una suerte de romanticismo, algunos de estos elementos son representados como: en la crianza de los hijos, donde se pregunta: “¿Y el hombre, dotado de razón, ha de atropellar las leyes de la naturaleza, y abandonar a sus hijos […] Habéis atendido alguna vez los afanes que le cuesta a una gallina la conservación de sus pollitos?” (1997, p. 110). Es este un elemento que conecta al ser humano con la necesidad de identificarse de alguna manera con el mundo natural. Igualmente en el primer contacto con su tercera escuela el profesor del Periquillo nuevamente lo hace notar cuando le dice: “¿Ves, hijo, que primores encierra la naturaleza aún en cuatro yerbecitas y unos animalitos que aquí tenemos?, pues esta naturaleza es la ministra del Dios que creemos y adoramos” (1997, p. 132)
A la pregunta del padre del Periquillo sobre que oficio escogería, él responde que desea ser clérigo, su padre le contesta en el contexto romántico que le da importancia a los elementos indígenas, estos que son la conexión real con el territorio, y para ello, le muestra la importancia de sus lenguas; “no tienes capellanía, y en ese caso, es menester que estudies algún idioma de los indios, como mexicano, otomí, tarasco, matzagua u otro, para que te destines de vicario y administres a aquellos pobres los santos Sacramentos” (1997, p. 222).
Y ante todo no podría faltar la relación romántica con la muerte. “El luto no es más que una costumbre de vestirse de negro para manifestar nuestro sentimiento en la muerte; […] pero este color […] es sólo señal más no prueba del sentimiento” (1997, p. 285). Los intentos del Periquillo Sarniento por proyectar su sociedad hacia una nación libre y liberal, aparecen a lo largo del primer tomo de la novela, sin embargo no parecen tener ninguna repercusión en su entorno, los elementos históricos importantes pasan desapercibidos en la narración, sólo algunas aparentes relaciones permiten encontrar ese hilo narrativo, el cual se ve distorsionado principalmente por las picarescas aventuras en las que transita el personaje, no parecen tener ninguna verdadera repercusión a su alrededor.
La vida del Periquillo se debate entre las máximas morales y sociales, donde la nobleza no sufre ningún acontecimiento que le lleve a situaciones extremas, alrededor de ella, no parecen existir injusticias sociales, a diferencia de las clases populares, que no parecen tener ninguna posibilidad de ascenso.
La intención de una nueva sociedad justa se queda simplemente en la del lector, Fernández de Lizardi se muestra en la novela en el papel del Periquillo como un burgués con los deseos de todo criollo, donde busca el ascenso al poder económico pero no al político. La novela se escribe intencionalmente moralizante, para la construcción de una nación moderna en un contexto nacionalista, pero se lee incapaz de enfrentar la posibilidad de una sociedad desligada de la tradición, justa e incluyente.
Referencias bibliográficas
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Elias, N. (2010). El proceso de la civilización / The Process of Civilization Investigaciones Sociogenéticas Y Psicogenéticas / Research and Psychogenetic Sociogenetic. Fondo de Cultura Económica.
Fernández de Lizardi, J. J. (1997). El Periquillo Sarniento. Madrid: Cátedra.
Jaksic, I., & Posada Carbó, E. (Eds.). (2011). Liberalismo y poder: Latinoamérica en el siglo XIX (1. ed). Santiago, Chile: Fondo de Cultura Económica.
Maíz Suárez, R. (Ed.). (2007). Nación y literatura en América Latina. Ciudad de Buenos Aires, Argentina: Prometeo Libros.
Saussure, F. de. (2005). Curso de lingüística general. (A. Alonso, Trans., C. Bally, A. Sechehaye, & A. Riedlinger, Eds.). Buenos Aires: Editorial Losada.
Todorov, T. (1996). Los géneros del discurso. (J. Romero León, Trans.). Caracas, Venezuela: Monte Avila Editores.
Walker, J. M. (2001). Historia de la Inquisición española. Madrid, España: Edimat Libros.
Jimmy Efraín Morales Roa (febrero – 2015)